La crisis económica que se vislumbra ha empezado a afectar negativamente al mercado inmobiliario: los precios del alquiler bajan, las rentas también.
Desayuno con noticias alarmantes: las okupaciones siguen, la inseguridad de todos (pues todos somos propietarios) es máxima. Anuncio de radio de una empresa de seguridad: “Equipo de alarma contra robo y okupación”. Reportaje en programa de máxima audiencia a los héroes de las empresas de desokupación: cinco chicos entrados ya en los cuarentena y hormonados de forma insalubre explican su trabajo; la legalidad del mismo parece dudosa. Declaraciones de un(a) polítco(a) cualquiera: “Un día de estos os vais de vacaciones y cuando volváis, porque consideran que la casa está vacía, se la dan a sus amigos okupas –en referencia a un conocido partido de la ‘izquierda’–”. La campaña de emergencia por el problema de la okupación es continua, insistente, machacona. El miedo, convertido en una ola de pánico, alcanza a buena parte de la población. Los rumores sobre asaltos de viviendas han adquirido el rango de “conozco el caso de un amigo de un amigo al que le ocuparon la casa, y bla, bla, bla”.
Pero, ¿de qué hablamos cuando se dice ‘okupación’? Obviamente, de entrar a vivir en un inmueble del que se carece de todo derecho legítimo (entiéndase, sancionado por la propiedad). [Leer más]