Construyen cárceles y cierran gaztetxes
Para aquellas personas que aspiran a construir un mundo más libre, menos gris, donde la cultura prevalezca sobre el cemento y el pensamiento no sea encarcelado, ayer fue un día triste. En Errekalde, un ejército de uniformados entró de madrugada en Kukutza, haciendo realidad la amenaza que pendía sobre un edificio que desde hace trece años da vida al barrio.
A 70 kilómetros de allí, justo cuando la Ertzaintza desalojaba a los jóvenes que resistían en el inmueble, mandatarios políticos e institucionales inauguraban en Iruña Oka una nueva cárcel. Ambas imágenes, puestas una al lado de la otra, retratan perfectamente la alternativa que ofrecen a este país aquellos que siempre han preferido las cárceles a los gaztetxes, y el ordeno y mando a la libertad colectiva.
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El desalojo de Kukutza será recordado en Bilbo, sobre todo por los vecinos y vecinas de un barrio que se ha volcado en defensa de su gaztetxe. Puede que hoy Iñaki Azkuna se sienta satisfecho por el desenlace de una historia que empezaba a resultarle molesta, pero con el tiempo comprenderá que muchas personas le recordarán por lo que sucedió ayer. Y lo que pasó fue que decenas de policías, con furgonetas y tanquetas, con helicópteros y perros, ocuparon -qué paradoja- todo el barrio de Errekalde, cerraron sus accesos y lograron que aquello que cientos de jóvenes habían convertido en una fábrica de sueños se convirtiera en un escenario de pesadilla. Rodolfo Ares ya tiene a sus espaldas muchas actuaciones como ésta y algún día deberá dejar de defender lo indefendible y asumir su responsabilidad.
Siempre se ha dicho que a todo desalojo le sigue una nueva ocupación, y a buen seguro que así volverá a ser. Pero esto no resta un ápice de gravedad a lo ocurrido en Bilbo ni mitigará la tristeza que hoy sienten todos aquellos que creen en este proyecto. Sin embargo, tal como recordaron en la manifestación, el proyecto de Kukutza está herido, pero sigue muy vivo. A pesar de los dueños de las excavadoras y de las porras.
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